19.6.06

Insectos

No me creías mucho cuando decía que para mi eramos insectos,
pero reías y queríamos creerlo
y se sentía extraño como moscas en invierno;
yo era una hormiga ermitaña,
vos la estela de un caracol frenético;
yo una hermosa cucaracha rosada,
vos una de esas mariposas que devoran a su pareja.
Vivíamos con miedo, y eso si lo sabías;
miedo de escuchar un crujido seco,
de girar y ver al otro hecho un pastel
bajo un zapato o un borcego;
miedo de volar con alas de papel
y desde bien alto mirar hacia abajo
y no poder distinguir
la gente de hormigas, las casas de migas,
las caras queridas o enemigas.
También sabíamos que solo podíamos durar unos días,
que luego nos secaríamos al sol
y de nada serviría dormir en capullos,
embriagarnos con polen, perdernos en la colmena,
la muerte llega por dentro y de nada vale la quitina.
Fue tan dificil cargar siete veces mi peso,
algo de culpa y algo de odio
sobre ocho patas, cien pies.
Tal vez fue que nunca creíste todo esto que inventé,
que te alejaste y lo negaste
y terminamos fumigados, desterrados, cada uno en su panal.
Hoy ya no llega a mis antenas
ni un rumor de algun zumbido,
ni el chirrido de tus piernas,
ni el silencio prometido por los grillos,
nada que me haga pensar que tal vez sea algo más
que una lombriz solitaria.
 
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